Escuchó timbrar el teléfono a las cuatro de la mañana. Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) tomó la bocina, sabedor de que las llamadas nocturnas no suelen traer buenas nuevas, pero en este caso sí fue así. La voz del otro lado de la bocina le informó al escritor peruano que había resultado ganador del Premio Alfaguara de Novela 2023 gracias a su texto titulado Cien cuyes, donde cuestiona la forma actual de percibir la vejez.
El escritor visitó México esta semana para presentar su obra en las instalaciones de Casa Lamm, en la capital del país. Poco antes del evento, se enlazó vía virtual desde su hotel para conversar con El Siglo de Torreón e indagar sobre la anatomía de su trabajo narrativo.
Actualmente, más del 10 por ciento de la población mundial (aproximadamente 747 millones de personas) tienen más de 65 años y esto ejemplifica la longevidad extendida que Gustavo Rodríguez aborda en su novela, por lo que es un tema de obligatoria reflexión.
La historia tiene por protagonista a Eufrasia Vela, quien comienza a trabajar como cuidadora de ancianos en la ciudad de Lima. Así se ve ante doña Carmen, el doctor Harrison y Los Siete Magníficos Poco a poco se verá cubiertas por sus historias y presente, al grado de auxiliarlos para tener una muerte digna. El título de la novela acude a un recurso inventado por Rodríguez para que Eufrasia no se sintiera en deuda con el servicio brindado: “Con diez cuyes se inicia un negocio”.
Las preocupaciones del autor son a la vez racionalizaciones que gesta a partir de una necesidad “egoísta y visceral”: la de entender su propio proceso de envejecimiento. Se dice que la vida es un largo viaje hacia el adiós, y sus personajes fueron capaces de mirar de frente cada parte del trayecto.
-¿Consideras que, con estos ancianos, Eufrasia hace el papel de Caronte, ese barquero griego que guiaba a las almas por el río del olvido hasta el reino de los muertos?
Sí, claro que sí, lo hace de esa manera. Es que probablemente hay una larga tradición sobre el buen morir, pero que hemos dejad de lado en gran parte de occidente, en los últimos siglos. No sé si por influencia de la culpa, la narrativa judeocristiana. Tú mencionas a Caronte y viene al caso que yo me di cuenta de esa correspondencia al final de la novela. Yo creo que hay procesos inconscientes que se dan, porque al final el cruce de masas de agua está presente en la novela también. Al final me di cuenta y caí en lo que tú acabas de decir.
-En su libro La vejez, Simone de Beauvoir habla sobre los últimos días de Jean-Paul Sartre y hace una cita de Montesquieu respecto a que, cuando mejor se está de espíritu, el cuerpo entra en decadencia. ¿Coincides con esta perspectiva?
Creo que en la medida que tenemos menos movilidad y sabemos que físicamente estamos más limitados, le prestamos más atención a lo que pensamos. En consecuencia, con eso, entre más viejos nos hacemos, tenemos más recuerdos y menos planes. Y claro, eso se exacerba en una sociedad como la actual, en la cual ya ha nacido el primer ser humano que va a vivir 140 años. Digamos que estamos alargando la vida de una manera impresionantemente rápida versus la evolución natural que deberíamos haber tenido. Y eso nos va a llevar a tener discusiones, conversaciones sobre si vale la pena o no. ¿Vale la pena? ¿Para qué? ¿Vale la pena si el tramo final de tu vida no va a tener calidad? En todo caso, ¿cómo hacemos para que tenga calidad?
-Tu novela muestra a varios ancianos, la primera de ellos es doña Carmen. Existe una escena donde ella está postrada en la cama mirando al techo y le dice a Eufrasia que ese es su cine. Hay una acentuación muy particular en los recuerdos de tus personajes, ¿sientes que llegan a ser directores de sus propias memorias? ¿Por qué usar ese techo como pantalla?
Es un recurso que a mí me gustó mucho, cuando lo descubrí mientras escribía la novela. Quizá tiene que ver con uno de los principales retos que tiene un escritor de ficción: se dice que los escritores, antes de ser escritores, deben ser lectores. Pero yo añadiría que incluso, antes que ser lectores, tienen que ser observadores… y observadores empáticos, en la medida de lo posible, porque una cosa es saber que la gente anciana tiende a pasar más tiempo boca arriba que el resto, y otra cosa es ponerte en ese lugar e imaginar que tienes un techo ante tu vista durante la mayor parte del día. Es cuando te pones mentalmente en ese espacio, tienes el techo ante ti y se pueden ocurrir esos recursos.
-En cierta forma, tus personajes son “privilegiados” porque, pese a su edad, están habitados por una fuerte cantidad de memorias. No padecen Alzheimer ni tampoco han perdido tantos recuerdos.
Es verdad que son privilegiados en comparación a la media de la ancianidad en sociedades desigualitarias como la nuestra, porque antes del privilegio de no sufrir aún la enfermedad del deterioro mental. Tienen el privilegio de que tienen sus comodidades materiales cubiertas. La vejez que tendría Eufrasia no sería así, definitivamente. No creo que sería así. Lo cual hace hincapié, de alguna manera, en la necesidad no material que tienen estos ancianos. También lo hace en una noción que he ido acumulando en los últimos tiempos: al final de la vida, el éxito no se mide con lo acumulado de bienes, reflectores o diplomas, sino con el acumulado de abrazos y la capacidad de recibirlos espontáneamente un día cualquiera.
-La empatía que Eufrasia siente por los ancianos es tal que ella misma se convence de estar haciendo lo correcto cuando cumple sus últimas peticiones. No obstante, el entorno la hace sentir culpable. Incluso uno como lector en ocasiones siente culpa por apoyar a Eufrasia al ayudarlos a morir. ¿Por qué crees que pasa esto?
Es natural que dudemos, que tengamos posiciones encontradas frente a la muerte digna o a la asistencia para que otros mueran, porque son muchos siglos de narrativa según la cual existe un espíritu superior que creo las cosas y es el único autorizado a quitarte la vida, si es que te la dio. Es una narrativa muy fuerte, unida quizá a una concepción del amor un poco egoísta, según la cual tendemos a preocuparnos primero por cómo vamos a sufrir si se va la otra persona, en vez de anteponer el sufrimiento del otro. Cuando ambas cosas se conjugan, es natural que existan estas dudas y estos dilemas a los que Eufrasia termina dándoles una salida bastante empática.
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