David Orozco Díaz era un trabajador de 55 años de edad, en una industria en Monclova; ingería bebidas alcoholizantes y fumaba tabaco, pero también gustaba de practicar futbol y el beisbol. Un día a mitad de un partido de balón pie del torneo interdepartamental, sufrió un fuerte dolor en el pecho y todo se oscureció.
El 21 de febrero de 2012 sufrió un infarto al miocardio, pero él no lo sabía. Paramédicos de la empresa acudieron a atenderlo al campo de futbol de la industria, y en una ambulancia con tecnología de punta lo trasladaron al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) mientras, en el interior de la unidad trataban de reanimarlo.
“Me dieron masaje al corazón, me aplicaron respiración de boca a boca ahí en el campo, y en la ambulancia me aplicaron oxigeno y me trataron de reanimar, pero no podían”, supo después Orozco Díaz.
Al llegar al área de Urgencias del hospital del IMSS, el personal, como en las películas y series de televisión sobre emergencias médicas, le aplicaron electroshocks, inyecciones con fuertes fármacos y RCP, pero no respondió.
Después de diez minutos el doctor lo declaró muerto y le dijo a la esposa que buscara apoyo para iniciar los trámites de entrega del cuerpo y posteriormente la pensión por viudez.
La noticia fue devastadora para la mujer, pero Ramiro Maldonado, amigo de David y socorrista de la empresa, que fue quien desde el principio le estuvo dando masaje al corazón, no se rindió. Le pidió y le rogó al médico que no suspendiera los electroshocks porque “La Tola” como los obreros conocían a David, no se podía morir.
Tal vez por lástima, quizá por solidaridad, pero más probablemente por miedo a que el sindicato al que pertenecía el obrero infartado lanzara una campaña en su contra, aceptó y ordenó nuevas maniobras resucitadoras.
En el Seguro Social el protocolo es aplicar por tres ocasiones descargas eléctricas con desfibrilador al paciente en paro, y declararlo muerto si no reacciona.
Al obrero le aplicaron nueve, y en la novena hubo una reacción positiva.
La descarga eléctrica número nueve en el tórax del deportista funcionó. Las máquinas de signos vitales comenzaron a sonar y la sala de Urgencias se volvió un hervidero de personal de salud dedicado a llevar a cabo actividades específicas para mantener con vida a David, que llevaba por lo menos 10 minutos muerto.
La nueva información dio esperanzas al la cónyuge del obrero.
David estaba vivo, pero en coma, fue internado de inmediato a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), intubado con un ventilador para ayudarlo a respirar mientras su corazón latía desbocado y amenazaba con detenerse otra vez.
Permaneció siete días en estado de coma y al realizarle exámenes incluyeron que podría no ser todo buenas noticias, tenía solo un cinco por ciento de posibilidades de salir adelante.
El medico le explicó a su esposa que el cerebro pasó mucho tiempo sin irrigación sanguínea y que Orozco podría sufrir daño cerebral grave e irreversible, en caso de que despertara.
Sin embargo y contra todo pronóstico, “La Tola”, declarado muerto en el Seguro Social, regresó a la vida y una semana después despertó del coma sin presentar daños al cerebro.
David Orozco señala que lo que vivió (y murió) en ese 21 de febrero pasado aún le causa dolor emocional y miedo. Tiene el recuerdo visible de una cicatriz en la cabeza que se causó al caer en el campo de futbol de terracería donde jugaba.
Agregó que tiene además mucho agradecimiento a la empresa y al equipo de paramédicos que lo auxiliaron, pero sobre todo a Ramiro Maldonado, quien no lo dejó abandonar este mundo y se aferró a salvarlo aún y con la advertencia del doctor de Urgencias, que señalaba que ya nada se podía hacer.
“Los doctores le dijeron a mi esposa que fuera a arreglar los asuntos legales porque yo ya me había ido”, recuerda David con sentimientos encontrados.
De su estancia “en el más allá”, durante esos 10 minutos que ya no estaba entre los vivos, dijo que no tiene recuerdos, solo el intenso dolor en el pecho que sintió cuando jugaba futbol, todo se oscureció y después despertó, con su hijo observándolo.
Le preguntó éste que cómo estaba, y David, ignorante de todo lo ocurrido y el tiempo transcurrido, solo atinó a decir que fue un malestar por fumar mucho; su hijo le explicó entonces que no, que sufrió un infarto, que lo declararon muerto, que lo reanimaron y que estuvo una semana en coma y con amenaza de despertar casi como vegetal.
Hoy “La Tola” es otro, fue pensionado por enfermedad, dejó de fumar y de tomar bebidas embriagantes y le dedica más tiempo a su familia y más cuidados a su persona.
Eso de morir en un campo de futbol y ser resucitado para vivir un coma de siete días lo dejó marcado de por vida.
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